BOGOTÁ, 6 de octubre (Proceso).- La segunda semana de septiembre de 2007 Víctor Julio Suárez, El Mono Jojoy, jefe militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), escribió un correo electrónico que resultó premonitorio.
En el mensaje enviado a los siete integrantes del secretariado de la guerrilla, El Mono Jojoy se refería a la muerte de Tomás Medina Caracas, Negro Acacio, comandante del Frente 16, en un bombardeo de la Fuerza Aérea colombiana.
Luego de lamentar la desaparición del Negro Acacio, El Mono Jojoy sentenció: “Voy a utilizar el radio solamente para recibir y transmitir mensajes cortos de ahora en adelante, para evitar una matada”.
Se refería a su temor a los ataques de los aviones Super Tucano de fabricación brasileña, adquiridos por Colombia para localizar desde el aire los campamentos guerrilleros en la selva.
El Mono Jojoy no se equivocó: la muerte del Negro Acacio marcó el inicio de una racha de golpes contra varios jefes de las FARC como Édgar Devia, alias Raúl Reyes, y Sixto Cabaña, alias Domingo Biojó, quienes murieron el 1 de marzo de 2008 y el pasado 19 de septiembre en bombardeos aéreos. Por aquellos días también murieron en combates en la selva Milton Sierra, alias JJ y Gustavo Rueda, alias Martín Sombra, jefes de la guerrilla en el norte del país.
Al Mono Jojoy no le faltaban razones para estar preocupado y esperar ataques de las fuerzas armadas colombianas que lo tenían en la mira por su extenso prontuario y por la sangre fría con la que ordenaba ataques contra policías y soldados. Al líder rebelde se le atribuía el invento de las “pescas milagrosas”, es decir, el secuestro como forma de financiamiento.
El jefe militar de las FARC era uno de los colombianos con más procesos judiciales en su contra (105) y tres solicitudes de extradición a Estados Unidos, donde lo acusan de narcotráfico.
Además entre el 7 de agosto –cuando Juan Manuel Santos asumió la Presidencia de Colombia– y el 13 de septiembre de este año, hombres bajo su mando mataron en emboscadas a 30 uniformados y comprometieron la política de seguridad del nuevo gobierno.
Santos parecía estar en jaque por los golpes recibidos y por la oleada de críticas de columnistas y expertos, quienes lo acusaban de bajar la guardia frente a los guerrilleros.
No obstante, a muchos les pareció inapropiado el mensaje que Santos envió a las FARC el 10 de septiembre luego del ataque guerrillero a un puesto de carabineros en San Miguel, en Putumayo, donde murieron ocho uniformados. Ante los ataúdes el jefe de Estado dijo: “Si esa es la bienvenida, van a ver cuál es la respuesta”.
El 23 de septiembre Colombia anunció la muerte de El Mono Jojoy en un bombardeo el día previo. Desde Nueva York –donde asistía a la Asamblea de las Naciones Unidas– Santos declaró: “Esta es la operación de bienvenida a las FARC”.
La cacería
Con base en testimonios de personas que pidieron el anonimato y que participaron en la misión de localizar al Mono Jojoy, Proceso reconstruyó la búsqueda de un hombre que a los 14 años se enlistó en las FARC y dirigió un aparato de guerra que durante décadas intentó tomar el poder.
Aun cuando las fuerzas armadas arreciaron la búsqueda de Jojoy desde febrero de 2002 –cuando el presidente Andrés Pastrana rompió el proceso de paz iniciado en noviembre de 1999– su localización se hizo difícil por la sagacidad con la que el jefe guerrillero se movía y ocultaba.
Desde entonces los militares realizaron decenas de operaciones en las que apenas lograban golpear el último de los cuatro anillos de seguridad del Mono Jojoy. Así ocurrió en mayo pasado cuando militares abatieron a 16 integrantes del frente 43 de las FARC, encargado de garantizar los desplazamientos de Jojoy.
Tras dar a conocer los resultados de la operación, el comandante de las fuerzas militares, Freddy Padilla de León, le envió un mensaje al jefe militar de las FARC: “Quiero hacerle una invitación al Mono Jojoy y a todos sus hombres para que aprovechen la oportunidad que brinda el gobierno de Colombia, en el Plan de Desmovilización, para que salve su vida e, incluso, salve la vida de los hombres que tiene realizando estas actividades criminales”.
El 16 de julio otros 13 farquistas encargados de la protección de Jojoy cayeron en combate en una zona rural del municipio de Mesetas.
Lo que Jojoy nunca supo es que mientras él se escondía en medio de la selva y cerca de 600 hombres lo protegían, la policía había infiltrado a seis suboficiales en el cerrado círculo que lo rodeaba, estimado por los investigadores en 150 efectivos armados.
Inteligencia e infiltración
Este intento de las autoridades por acercarse a Jojoy empezó a dar frutos en marzo de este año, cuando el servicio de inteligencia de la policía confirmó que sus infiltrados ya se habían ganado la confianza de los guerrilleros y encontraron la manera de enviar información sobre los desplazamientos y rutinas del jefe rebelde.
“La estrategia fue la misma que utilizamos en la operación contra Raúl Reyes”, dice a Proceso un coronel de la policía. “Montamos fachadas, identidades nuevas y sobre todo tuvimos mucha paciencia para esperar los datos que nos enviaban”.
Con el paso de las semanas la policía empezó a contrastar la información con los testimonios de al menos 10 guerrilleros que desertaron este año de las filas de Jojoy. A mediados de año los investigadores ya sabían que el guerrillero pasaba varias semanas en el mismo campamento, el número de hombres que lo rodeaban y sus rutinas diarias como, por ejemplo, levantarse todos los días a la una de la mañana a recibir a otros comandantes o a visitantes del exterior, y acostarse a las cuatro para dormir otras tres horas.
La información de los infiltrados incluyó datos sobre el campamento, de 300 metros de extensión, al que le habían construido profundos socavones y túneles para evadir los ataques aéreos.
Supieron también que Jojoy tenía una casa de unos 80 metros cuadrados para él y su compañera; constaba de dos habitaciones y un espacio grande que hacía las veces de sala-comedor. El techo era de paja y las paredes, de madera muy gruesa y resistente.
El primer anillo de seguridad de Jojoy –compuesto por 15 hombres– se alojaba en dos cabañas frente a la vivienda del jefe militar. Otros grupos de reacción se apostaban a 150 y 200 metros de la construcción principal.
Tras elaborar un mapa con base en la información de los infiltrados, los oficiales de la policía concluyeron que Jojoy debía ser atacado en la madrugada, cuando era seguro que estaba atendiendo visitas.
Los golpes recibidos luego de su llegada al poder forzaron a Santos a pedirle a los altos mandos que agilizaran la operación final contra Jojoy. Los infiltrados recibieron el mensaje y precisaron el dato más importante: hasta cuándo estaría en ese campamento el guerrillero.
La respuesta fue que el jefe militar de las FARC se sentía cómodo en ese lugar rodeado de árboles de más de 30 metros de altura, en la ladera de una enorme montaña que los guerrilleros conocían a la perfección. Además sabía que las fuerzas armadas no intentarían un asalto terrestre porque sería detectado a tiempo y descartaba un bombardeo porque las comunicaciones estaban restringidas. Lo que no previeron Jojoy y sus hombres fue a los infiltrados.
La certeza de que se encontraba en un lugar inexpugnable fue la perdición del jefe militar de las FARC. A mediados de septiembre el alto mando de las fuerzas armadas ya tenía la certeza de que su objetivo era alcanzable.
El 17 de septiembre, durante un consejo de seguridad en la base militar de Larandia, en Caquetá, para examinar los recientes ataques rebeldes, Santos recibió la noticia de que Jojoy estaba en el campamento; le presentaron un mapa de la zona donde sólo se veía un espeso tapete verde. “Cuando el director de la policía mostró el mapa no se veía nada”, dice a Proceso uno de los comandantes que asistió a la cumbre en Larandia. “Todo era selva y más selva. Pensé que sería otra operación más, pero los oficiales que elaboraron el mapa nos aseguraron que las coordenadas eran esas y que con seguridad Jojoy estaba allí”.
Tras conocer todos los detalles de la localización de Jojoy Santos dio vía libre a la operación, aunque insistió en que los infiltrados confirmaran que el guerrillero seguía en ese lugar.
El ataque
Al anochecer del 20 de septiembre, antes de partir a Estados Unidos Santos, se reunió en la residencia presidencial con la cúpula castrense encabezada por el ministro de Defensa, Rodrigo Rivera; tras evaluar los últimos datos dio el visto bueno a la operación, bautizada en ese instante como Sodoma.
Una vez que el jefe de Estado partió a Nueva York los comandantes del Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada y la Policía se concentraron en el Comando de Operaciones Especiales en el Ministerio de Defensa y planearon la movilización de las aeronaves y los hombres que serían enterados del desarrollo de una operación “en algún lugar del suroriente del país”. El objetivo final sólo sería conocido por un puñado de altos oficiales, el ministro de Defensa y el Presidente. El secreto era clave para el operativo.
A la 1:45 de la mañana del 22 de septiembre 30 aviones Super Tucano despegaron de diferentes pistas rumbo al sitio de encuentro: el Parque Natural Tinigua. A las 2:04 las aeronaves comenzaron el lanzamiento de 40 bombas de entre 150 y 250 libras que cayeron con precisión sobre el campamento de Jojoy, quien a esa hora dialogaba con algunos subalternos.
Un video grabado desde una de las aeronaves muestra la dimensión del ataque aéreo, que duró dos horas. El objetivo fue totalmente destruido.
A las cinco de la mañana, una vez terminado el bombardeo vino el desembarco de tropas cerca del campamento para verificar los resultados del ataque. De 27 helicópteros del Ejército, la Fuerza Aérea y la Policía descendieron a rapel 100 efectivos de las Fuerzas Especiales del Ejército, 40 de la Infantería de Marina y 80 de los Comandos Jungla, los Comandos de Operaciones Especiales y el Grupo Táctico Antiterrorista de la Policía, que de inmediato se enfrascaron en combates con los hombres de Jojoy que no fueron alcanzados por el ataque aéreo.
Los combates duraron todo el miércoles 22 hasta que las tropas aseguraron el área e hicieron huir a los guerrilleros, quienes intentaron sin éxito recuperar el cuerpo de Jojoy, atrapado bajo un pequeño derrumbe provocado por las explosiones y que le produjo la muerte por asfixia.
A las 7:35 de la mañana del 23 de septiembre el comandante de las fuerzas militares, Édgar Cely, recibió la llamada del general Javier Flórez, comandante de la Fuerza de Tarea Omega –cuerpo de élite creado para perseguir a los jefes de las FARC– quien le dijo desde el campamento de Jojoy que acababan de confirmar que uno de los cuerpos hallados era el del hombre que habían buscado tanto tiempo.
Las FARC recibieron uno de los más duros golpes de su existencia. Ahora las fuerzas armadas vuelven los ojos nuevamente hacia Alfonso Cano, comandante del grupo rebelde desde marzo de 2008.
Éste, como Jojoy, escribió un correo electrónico en el que manifestó su temor por las bombas. Por lo menos así lo deja entrever un comunicado que leyó el pasado 30 de julio –una semana antes de la sucesión presidencial– y en el que invitó al gobierno a abrir espacios de diálogo con la insurgencia.
En la parte final de su intervención dijo: “Hoy estamos, mañana no estamos, pero otros muchachos, otras generaciones, otros integrantes del ejército del pueblo tomarán nuestras posiciones (...)”
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